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viernes, 1 de abril de 2011

Apuntes del insomnio (1)

A las 12:42 cada cosa es lo que debe ser, expandida al límite de su naturaleza utilitaria, no más allá de su forma enjuta: la taza, el lápiz, el cenicero..., objetos determinados, verdades absolutas. No les hace falta nada más que "estar". Quizá lo único incierto en este orden universal sea la Razón, el espantapájaros que se yergue irreal, intruso, entre la música armonizada de las cosas. No pensar es acaso la mejor manera de estar en medio de lo cierto. Todo se altera si nombramos. A las 12:43 está en marcha el Caos.


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Detesto a los malos poetas; no necesariamente sus malos poemas. Un mal poema lo tiene cualquiera, como los errores y los días; puede incluso darle un sentido pedagógico ("nunca trates de imitar los versos de Fulano"), moral ("no hay verso que pueda ser peor en prosa"), ecológico ("se puede reciclar para otro libro"), ético ("pudo ser peor") y hasta deportivo ("ya merito"). Lo sé: esta reacción tiene que ver más con el colon que con el cerebro, pero temo que si bien los malos poemas podrán desaparecer un día (gracias a la labor purificadora de la crítica), los malos poetas nos acompañarán hasta el fin de los tiempos. Y eso, gorriones de verano, es detestable hasta para el más pésimo lector.

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"La luna muere con agua". Toda temblorosa malabarea, agítase en pulso líquido, se cuadricula infinitamente hasta desaparecer. Se me muere literal y literariamente en las manos. Luna de marzo. Pensé en lo efímero como quien hunde la mirada en el pozo y encuentra un reflejo manso, inamovible, y de pronto cae en cuenta de que el fondo de la noche es su propia pupila dilatada. Todo sucedió como un escalofrío y empecé a creer en la eternidad de la escritura.

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Los más firmes en sus convicciones son los cínicos... deveritas.

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Los huehues son el último vestigio de los barrios poblanos. Se les nota cansados, descoloridos, arrastrando por las calles céntricas su desarraigo; ya no hay barrio, sólo núcleos poblacionales deformes, despersonalizados. Carnaval. Levantar la carne. Nunca fue tan ambiguo el significado. Hoy implica también un desprendimiento irremediable de la tradición, una cirugía menor para extirpar la costra profana de la mole citadina. Que no se desdibuje la máscara hasta que hayamos resguardado sus gestos. Que no se deslíen los listones de los danzantes hasta que emerja el Diablo en la tarde travestida.