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sábado, 20 de noviembre de 2010

En el centenario de Lezama Lima

Tres imágenes posibles

1


“¿Por qué se disfrazan así los ángeles?”, se interroga Luis Cardoza y Aragón ante el paso avasallador de un rinoceronte asmático y acezante. Diríase lo mismo de cualquier entidad poderosa que con un rugido –resuello de catacumba– echara a andar su mole catedralicia. Es Lezama-Cemí absorto ante el mundo de los símbolos y los arquetipos; el de la fijeza placentaria que configura su “orbe poético” (su imago, diría él) a partir del sueño primigenio. Por eso también se ha dicho que escribía como soñaba, no como hablaba. Virgilio Piñera precisa: Lezama no entrevió su “futuridad” de intelectual sostenido apenas en vilo ante el abismo de tres posibilidades: la de conversador, poeta o novelista. Agregaríamos la de ensayista si no fuera porque sus ensayos son poemas y viceversa. Se sabe que él no se consideraba fundamentalmente novelista sino poeta; en cuanto a lo de conversador, supongo que siempre hizo suyo aquello de In principium erat verbum y de que el verbo sólo se realiza en la palabra y se nutre de las guturales raíces humanas. Una imagen imposible de Lezama sería idealizarlo ante un abismo, a las puertas del inferno disimulado de Foción o Cemí. Lezama-Licario. Una posible es –delirio barroco de por medio– verlo abastecerse de faunas y floras en el estrecho (para él) laberinto del logos y la metáfora. Toda recreación es un alegato lírico, toda invención es retórica: la imagen posible de Lezama es una sinestesia; un ornamento que hechiza y enmudece al más bien pintado de los serafines.

2

¡Cuántas atrocidades se han cometido en nombre de la rebuscada inteligencia! Cuando Lezama escribió (no dijo) en La Expresión americana: “Sólo lo difícil es estimulante...”, no se refería a ningún sistema poético en particular sino a la reconstrucción (visión histórica) del sentido del conocimiento en el mundo occidental y, concretamente, en la América criolla. Véase si no la continuación de la cita: “sólo la resistencia que nos reta es capaz de enarcar, suscitar y mantener nuestra potencia de conocimiento”, y ahí se sigue precisamente desenhebrando el hilo conductor de una expresión continental que aprendió a ser desde sí misma; tropezando a veces con un rancio clasicismo, otras con las frivolidades parnasianas, otras más con la deserción caprina de las vanguardias. Para Lezama la apropiación (y el dominio) de un sistema lingüístico es el inicio del sentido morfológico de la integración americana. Entonces dedicará sus ensayos más brillantes (¿hay otros?) a reconstruir los cimientos monumentales que, de una u otra manera, dan legitimidad a esa expresión.

Sus varios libros de ensayos (Analecta del reloj, La expresión americana, Tratados en La Habana y La cantidad hechizada…), podrían ser uno solo. En todos reincide en dos temas centrales: poesía y pintura. Ah, pero aun cuando escribe sobre Matisse o Picasso está haciendo poemas. Ensayos-poemas. Novelas-poemas. ¿Qué es en realidad Lezama? Las tres imágenes posibles se reducen a una. No es casual entonces que sean poetas a quienes corona con reverberantes elogios: Saint-John Perse, Paul Claudel, Martí, Mallarmé. Pareciera que sus ocupaciones literarias son más bien preocupaciones estéticas y místicas: uno es “el historiador de las lluvias”; otro el “deudor sanguíneo” del catolicismo; uno más el “ente fabulador” que consume las raíces broncas del Paraíso; en el último ve el reflejo de un “destello cabalístico”.

Y ya ni hablar de sus demás objetos de veneración a riesgo de caer en la herejía. Caso especial en el santoral de Lezama-Obispo son Juan Ramón Jiménez (“serpiente de cristal”), Garcilaso (“el extraño”), Góngora (“rey de los venablos”) y Julián del Casal (el “delicioso” mártir ). Poetas todos. Poetas que se hacen invisibles por la máscara o la transparencia.

Aparte de la ubicuidad y de las sandalias desechas en los meandros, ¿qué más importa de una biografía?

3

La presencia de Lezama Lima en la Capilla del Rosario es un retruécano, pero también una referencia obligada: “Recuerdo que en una ocasión, hace ya bastantes años, me encontré en la Basílica (sic) del Rosario, en Puebla, y allí, realmente, mi alma encontró una expresión que era totalmente americana: el ornamento cubriendo las paredes desde el suelo hasta el techo, reverberando de plata y de todos los materiales en fiesta de la naturaleza.” (Margarita García Flores, Cartas Marcadas [Entrevista a J.L.L., marzo de 1967] UNAM, 1979, p. 14). De ahí se desprendió sin duda su tesis de que el barroco americano, si bien no es ajeno a las directrices estéticas europeas, sí apuesta todo al goce, a la mirada erotizante, al asombro. Está regido por la unidad, por el aprovechamiento minucioso y (¿por qué no?) perverso del espacio: riqueza ajena al dispendio.

Si no fuera porque la iconografía católica sufre de estrabismo, Lezama podría ser un mártir de retablo, un místico que combate –destellos tropicales en mano– realismos execrables: “El realismo trataba de que el autor de una novela fuera, en infinitas metamorfosis, sumergiéndose en la vida de cada uno de sus personajes. Entonces lo veíamos disfrazado de personaje balzaciano, de viejito, de aldeano, y el escritor tenía que sufrir todas esas metamorfosis.” Tal vez por eso percibió, en un momento en que la matemática parecía predominar sobre la reflexión crítica, el riesgo de admitir como anatemas las categorías prelógicas e ilógicas que Valéry atribuía al origen de la poesía. Opuso, entonces, al fariseísmo cerebral el desvarío órfico. Fue y vino –acezando siempre e ignorando las vulgaridades de la “literatura revolucionaria”– en busca de su Eurídice: la summa expresiva. He ahí a Lezama-San Juan muy en su papel, con temperancia muy ad hoc abriéndose paso entre tanta mulata, y perdiéndose (¡milagrosamente!) en su espesa Patmos bullanguera.

martes, 28 de septiembre de 2010

Para Óscar Sánchez Daza, In memoriam

"Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte"
                     M.H.

CIERTA CONTRADICCIÓN INTERNA

Cuando pienso que no fuiste capaz
De escribir al final del acta:
Mi renuncia es irrevocable
Y que lo pequeño burgués
Te brotaba a mitad de la reunión
Cuando salías por tus Marlboro
En vez de aceptar los Delicados
Que proletariamente ofrecían
Cuando siento que perdiste
Tus mejores años en la célula
Y que fuiste buen militante
A pesar de todos ellos
Que ahora te consumes
Entre la quincena y el alcohol
De las noches sabatinas
Con tu corbata de maridito fiel
Y el latir de tu corazón electorero
Cuando lo pienso
Apuro el resto de veneno
Que dejaste olvidado
[Catálogo de criaturas licenciosas, 1998, BUAP]

lunes, 31 de mayo de 2010

Chatterton: la lívida impostura


Chatterton: la lívida impostura


La biografía de Thomas Chatterton no es muy diferente de la de otros poetas románticos del siglo XVIII. Acaso agregaríamos que su figura trascendió no tanto por los esfuerzos detectivescos de la historia y la crítica literaria, sino por su faz lívida y desamparada que supo retratar Henry Wallis en 1856, donde se observa al joven poeta exánime sobre un camastro, con una ventana abierta al fondo donde trasluce la marea de tejados de un Londres brumoso, y un baúl situado al pie de la cama que rebosa de papeles olvidados. Esta imagen habrá de perdurar hasta hoy, sin que haya habido muchos intentos serios por rescatar y ubicar en su dimensión real al Gran Impostor [Ver texto completo en página titulada "Chatterton"].

sábado, 1 de mayo de 2010

Tres traducciones

La Lety
Michele Serros

Sus dedos sostienen alzado el párpado

mientras dibuja una línea oscura

en sus gruesas cejas;

casi siempre tarda

una hora en embellecerse:

     –“¿Sabes lo que eres?”,

me pregunta a través del espejo:

     –“Un chicana falsa”.

     –“Michele, no dejes que nadie

se orine sobre ti; practica tu español a solas

o jamás te darán buenos precios en el supermercado”.

     –“Hispana homogeneizada,

eso es lo que eres”.


Su nombre es Leticia,

pero para mí es La Lety,

así, a secas.

Hace años solíamos andar en bicicleta,

pero ahora pasan a recogerla a casa

muchachos o viejos,

en autos lujosos o destartalados,

recién pintados o pintarrajeados,

pulidos o mugrientos.


Una vez lejos, ella se monta

sobre los chicos, los cabalga desenfrenadamente

hasta que termina con su minifalda arrugada,

apretando la funda de los asientos

y arañando el parabrisas empañado.


Ella es mi sister, mi mejor amiga.

Por eso todas las noches

después de cenar apago la tv,

me desnudo y con los ojos cerrados

escucho sus carcajadas juveniles

mientras un viejo automóvil

se estaciona...


Y me quedo horas esperando,

esperando

hasta que La Lety

                       entra a casa.



Béisbol
Richard Eberhart

¡Out en primera! El jugador corrió más rápido

Para alcanzar la segunda base, pero ya no pudo

Seguir ni volver sobre sus pasos.

Salió disparado de la primera empujado por un deseo natural

De correr, de seguir avanzando.

Cuando uno corre a tirones para tocar la siguiente base

No necesariamente piensa en llegar a home;

Uno siempre quiere continuar, alcanzar otro sitio

Aunque ya lleve el alma desbocada

Antes de llegar a su destino.

El hecho es que la mente siempre lleva la delantera

Cuando los músculos apenas empiezan a desperezarse.

¡Out en primera! Tenso, dirigiéndose hacia segunda base,

Sintió por un momento la realización total en sus piernas

Tratando de ganarle al tiempo.

Uno se impulsa desde atrás creyéndose vencedor

Como, incluso, se esforzaría por vencer a la muerte,

Seguro de ganarle al tiempo y recobrar la niñez:

Ese lugar extraño por el que pasamos sin ver.


Lo que debes saber para ser poeta
(Versión libre de un poema de Gary Snyder)

debes saber los nombres de los animales y las personas

de los árboles, flores y yerbas


los nombres de las estrellas

y los movimientos de los planetas y las lunas


debes tener tus sentidos en vela

y la mente despabilada y alerta


saber al menos algo de magia tradicional

de adivinación, de astrología


conocer el libro de las mutaciones y el tarot


interpretar los sueños y el resplandor

de sus demonios engañosos


debes saber diferenciar al asno del gallo

a dios del diablo


a una bruja harapienta de una virgen perfumada––


haber amado a las esposas de tus amigos

y a las amigas de tu esposa


memorizar los juegos infantiles

las tiras cómicas y los sabores de los chicles


resistir la sed en las horas del trabajo deprimente

vivir y amar hasta el hartazgo


extasiarte en la libertad de una danza salvaje

y encenderte de cuerpo entero en breves destellos solitarios


debes saber que la poesía es un peligro real, tangible

un juego inocente al borde del abismo.

lunes, 22 de marzo de 2010

Aforismos electoreros

La bella y la bestia (y la izquierda)

1. La alternancia en el poder entre PRI, PAN y PRD no es un signo de progreso democrático, sino un síntoma de esclerosis del sistema electoral; no habrá opciones reales de cambio en tanto sigamos pensando que votar es sinónimo de elegir acertadamente.

2. Ningún partido político ejerce en México una verdadera oposición; históricamente, la sociedad civil y los movimientos democráticos que cobija son los únicos que pueden adjudicarse ese sitio. Quienes se autonombran ‘oposición’ juegan el triste papel de lo que alguna vez, en el argot político de los años setenta, fueron los “esquiroles”.

3. Todavía hasta hace treinta años había varios priistas cultos, uno que otro panista culto y la gran mayoría de la (entonces sí) izquierda culta; hoy apuradamente hay uno que otro perredista que sabe leer y escribir pero no habla, varios panistas que no escriben ni leen pero hablan y la gran mayoría de priistas que no leerán ni hablarán desafortunadamente de estas líneas.

4. Parafraseando a Nicanor Parra: en México la derecha se vuelva cada vez más diestra y la ‘izquierda’ más siniestra.

5. Para poder diferenciarla de la derecha llamaremos ‘izquierda’ a los partidos que: a) tienen que sumarse a otros partidos para no perder su registro; b) olvidan sus principios en la mesa de las negociaciones y esconden su ideología bajo las sillas plurinominales, y c) dejaron de ser “conciencia de clase” del pobre para ser una clase de conciencia pobre.

6. La bella cree que para mantener su estatus debe haber muchos ‘feos’; es decir, muchos pobres. Por eso les ayuda a sobrevivir.

7. La bestia (que en el fondo quiere ser bella) se mezcla con los pobres por la necesidad de sentirse menos deleznable.

8. La ‘izquierda’ aspira a poseer la superestructura de la bella, la infraestructura de la bestia y la estructura a secas.

9. En la política poblana el fondo no es forma; el fondo sólo existe en las plataformas ideológicas hace mucho tiempo enterradas en la retórica de las “alianzas”, los “pactos” y la “civilidad”. La forma entonces es la garantía del modus vivendi partidista.

10. Mea culpa: que se intuya o denote por desviaciones semióticas que la bella y la bestia aluden malintencionadamente aquí a los candidatos panista y priista a la gubernatura de Puebla, respectivamente, sólo significa que a falta de voz (que no de voto) siempre tendremos a la mano el recurso de la alegoría. 

sábado, 6 de marzo de 2010

Piedras hundidas


1. El error del ángel no es haber querido ver el paraíso desde fuera, sino desde lejos.

2. Si el ángel “tarda una semana en virar la cabeza”, uno tarda toda la vida en saber para qué.

3. Hasta hoy, la única evidencia de la existencia de los ángeles es la obstinación del hombre por desprender sus pies del barro original.

4. El onceavo mandamiento lo enunció Pascal: no desdeñarás a la bestia. Y lo dijo refiriéndose a su belleza, no a su miseria.

5. Durante años la bestia se supo protegida: tenía un trabajo, una educación (probablemente muy a la antigüita) y la placentera misión de perpetuar su especie. A la vista de muchos todo esto era una concesión más del Amo, producto de su amor hacia el género. Pero el mito se vino abajo en el siglo XVIII, al promulgarse la primera constitución republicana.

6. ¿Quién dijo que la Historia es “una res sangrante colgada de un gancho”? Si es verdad, sólo nos falta roer su osamenta.

7. Cuando Hegel dijo que “en la contemplación de lo bello no existe el deseo”, nunca se imaginó a Baudelaire chasqueando la lengua y observando con delectación el cadáver de una bestia abierta en canal.

8. La estatua respira eternidades mientras los pobrecitos hombres mueren.

9. La Razón no escatima argumentos gnoseológicos para hacer comprender al ángel, acodado en la barra de la cantina, que su ala maltrecha no vale otra copa fiada.

martes, 16 de febrero de 2010

De fama infame

Raquitismo luciente bajo los arcos de las Cejas.


¿Qué piedra, abstraída o enquistada,

deforma la traza mórbida de la Silueta?

Sépase que la causa de tanto desparpajo

a la hora de instaurar la razón

es la conjura del Vulgo raquídeo,

un insidioso despertar de las neuronas

que electrizan el aura

de Nuestra Señora de la Realidad.


Insigne hilachura,

mentada madre de todo significante:

¿qué hay de tuyo no-real, adulterado,

¿qué de sí el bulto feble de tus “representaciones”?

Allá esas pulgas cerebrales,

allá esos piojos meníngeos.


Yo la verdad me siento bien

con este encarnado óxido y sin aquella mano;

medio premoderno de la cintura para abajo

––seña particular es este tosco mulo

que se me encaja en la pelvis

y me tira por todos los meandros––;

disgustadamente enjuto de los hombros

por aquello de “los tiempos que nos tocó vivir”.


Cierto aire melindroso desaliña

a unos cuantos hijos de algo

para quienes da lo mismo no querer acordarse

del Lugar o no poder, sufrir de acromegalia

o engreírse frente a la chatarra imaginaria.


Porque uno se puede meter a varón,

a revanchista; codearse con su otro

(lo dije una vez y me corrijo:

la otredad es algo que no poseo

y clínicamente sería un error ambicionarla);

andar por la vida

como cualquier Quijote de Porrúa;

porque uno puede, debería,

pese a lo esmirriado, a la enclenque Figura,

embestir las paredes los cuadros los libros,

desacralizar el souvenir de Alcalá,

desenfundarse el palo de la escoba en vela.



A mí me son torcaces sus dicterios,

plumífera su escombrosa racionalidad.

Yo me siento bien y dejo que en mi brazo

se adensen amadises, galaores;

tiro la mano y escondo la pluma,

cierro el paso en mis arterias

a la cabalgata de mostrencas neuronas.


Y esta retorcida obsesión

de andarse siempre por fuera,

¿no la pudo evitar la fluoxetina?

Simularse cuerdo es incurrir en negligencia,

pues sólo quien tolera el diagnóstico

no finge a la hora de llamar a las cosas

por su nombre: Largo y Ancho.


Allá sus piojos, allá sus pulgas.


No quiero que me salgan al paso crisis de identidad.

Sólo veras festejo:

soy piedra –pienso– que se abstrae.

lunes, 15 de febrero de 2010

De Catálogo de criaturas licenciosas

Ríes cuando digo

que deseo morder tu cuello

Ignoro si es porque piensas

que no soy capaz

De transgredir

las leyes naturales

O porque el peso

de mis ancas batracias

hace ridículo el intento



Cómo absuelve tu piel

mi tarascada

Si con tanta devoción

rezo para poseerte

Ávido de consagrar tus líquidos

si te mueves a mi ritmo

mansa

Diciendo cosas que no escucho

pues ya tu desamor

afila su otra zarpa



Vieja zorra

estrega con ardor tu sexo

contra el racimo de uvas

cuando escuches que los monos

anuncien festivos

la hora de poseer

a todas las hembras



Sé del andar cansino

con que te alejas

mientras duermo

si con la vulva insatisfecha

ensalivas la tierra

y aguardas que alguien

(y qué si mudo o sordo o ciego)

cerca de aquí

te huela



Ciertas costumbres sibilinas

te guarecen

de la mal llamada libertad de sexo

ninfa–

maniaca

Para preservar tu historia

confiero a mi especie

el derecho de gozarte

(mientras pueda)



Internarte en la maleza

es un delirio

si al fauno enerve

dictas fieras poses

Hay quien domeña

el momento

y te obliga a cumplir

sus fantasías

Algún capricho erótico

que mengüe por un rato

tu habitual celo

Al fin qué…

Te importa el gozo

un animal que viva encima

y no junto

y que por inexperto

ignore

la verdad de tu pelambre

desteñida



Con 40° a la sombra

–en esta tierra sin nomenclatura–

proclamo tu realeza

por debajo del género

y cubro con urgencia

tus primeras heces

para salvaguardar

mi bestial olfato algebraico



El corazón de la víctima

rumora

nuevas frases de amor

cuando en la espesura

el verdugo

consuma su despecho

y el árbol

que aloja los zarpazos

de la bestia enamorada

gime



No culpes al lebrel

–si distanciado–

arranca con despecho su correa

y se alista para otra cacería

No culpes al desasido

Sabes que te debe

su virilidad

y el control de sus ansias

en el apareo

amén de la pregunta obligada:

¿Te gustó?

–La perfección del amante

se da en relación inversa

al fracaso de su “primera vez”–



MORALEJA

El que huye no existe

Si no huye existe

Si existe huye


La trampa eres
Meditación del errante


Visto desde aquí, el cielo añade a sus estigmas
los destellos sangrantes del desierto. El viento
aúlla espejismos a ras de las más sublimes piedras
y eriza los mechones pardos de la zarza incombustible;
revela con nerviosa caligrafía fechas y sitios,
nombres y números que habré de recoger con exactitud
en mi Escritura. He ahí la tierra donde la legión
es un puñado de polvo arrojado aprisa,
y la montaña de sus huesos un dromedario en reposo.
No quebrante a la rama el paso de naciones afligidas,
ni oscurezca más a la piedra tanto polvo;
si nadie vuelve será por no fingir que halló
un dios de labios resecos incapaz de pronunciar
destellos celestiales. Visto desde aquí, el cielo
es una garra escarbando la víscera y la bilis,
una vértebra descoyuntada de necia geometría.
¿Un buey gemebundo? ¿Si no por qué —teorizo—
el mugido deslumbrante de su entraña?
El fuego de la tarde se yergue en fatuos delirios
y recoge con ternura anémonas púrpuras del oasis.



Se desmorona el cielo. Piedras monoteístas
gimen toda la noche en el despeñadero; su estruendo
es coro para el mugido del buey descoyuntado,
alabanza ronca, crujido en la Sagrada Estructura.
Salvo la conciencia de “estar”, el pensamiento
es una ruina impalpable, un destello retorcido
entre los escombros. No obstante,
saber de un dios sin cielo es una abstracción
como cualquier otra; acaso desasosiegue más
que estar colgado de cabeza en el vacío,
o menos que los remiendos de carnaza
que nos distinguen de un ángel.
Visto desde aquí, el cielo es un templo sin columnas.
Y es tan amarga su verdad –¡y tan inmerecida!–
como flores de boj en labios del abismo.



Aberración óptica del paisaje: la Cima
que deslumbra es un floreciente abismo,
una frontera interior de lomos enarcados
y roncos escollos donde la mirada rumia su desvelo.
No hay piedad, acaso indiferencia del sol
cuando revienta la costra de los ojos
y eriza las espinas de la sed en la garganta.
Caminar desahucia.
No hemos dejado atrás muros blancos sino sombras
que arrastran oxidados enseres, huesos herrumbrosos,
bestias de acartonada pelambre y mirada huérfana.
¿No es el día una cabra herida que se transmonta
y la noche el delirio calizo de una ciudad abandonada?
¡Irse! ¡Irse! ¿Palabra viviente? No hay piedad.
Nadie nos persigue.



Lejanía y profundidad se disputan
los vastos ardores del crepúsculo. Repasemos:
la profundidad es un recurso geométrico del extravío;
la lejanía una generosa proximidad
que acoge todo cálculo.
¿Cuánto falta?, ¿estamos lejos aún?
—No sé —respondo,
acortando el paso para llegar nunca.



No hay paisaje si los ojos del hombre
son ante lo bello membranas ulceradas;
si en perpetua sequía los colores se asfixian
y el cielo, remotamente pálido,
trasluce su prolongada anemia.
Por eso la montaña y la piedra,
la tabla y la nube, son sombras guturales:
roncas catástrofes que sueña la pupila.
¡Oh córnea!, ¿qué palabra te irrita
del legajo que el viento desescombra?
(Ya de por sí el cielo es una ulceración
expuesta a la crítica y la sorna.)
No mirar nos abstrae de la herida,
evita que el nombre gangrene a la sustancia
y el ala de la peste oscile en la belleza.
Así pues, cielo indescifrable, despliega
ante nos el Manuscrito de tu delirio hagiógrafo
y corrige con tempestades
esta sed de vocablos.



Ni modo de marchar en silencio
mientras a cada paso crujen esqueletos en la arena.
Mejor la carcajada indecente del anciano,
el raquítico alborozo de los niños.
Prevalezcan las plegarias de la muchedumbre árida,
y aun el tono versicular sobre los ayes
del buey sacrificado.
Preferible el poeta “de su tiempo”
humillando a la poesía frente a las Artes.
¡Hey! ¿dónde quedó nuestro espíritu bucólico?
¡Cantemos!



En lo que a mí concierne, cuerpo y alma
se rigen por una sola ley: no adorarás falsos dioses.
En tanto no haya certeza de quién es el verdadero,
ensayo sentidas reverencias, golpes de pecho,
levitaciones, trances. Creo en la Voz
aunque ignore su lenguaje centelleante,
su modulación de trueno
y el tufo atmosférico que lo acompaña.
Evidencias poseo: sarcomas, toses, chancros;
un par de extremidades superiores
que uso para andar a rastras,
y dos piernas henchidas de várices y estigmas.
Gracias a dios todo me sirve,
aun cuando reniego de mi torpe conversión
a la hora de ser inmolado por un sol ortodoxo.



Me ocupa la virtud de altos pensamientos:
¡Gran Mareo, dame el método y el valor
para renunciar a todo lo profano!
¿Debo quebrantar primero mis rodillas o mis hombros?
Sólo tengo fe en mis armas.



Una tormenta de arena —soplo amortajado—
descalzó a los nómadas mientras dormían.
Entre la última vibración y la primera,
irguióse una columna ondulatoria.
Vi mi oreja guarecerse del estruendo
con el pánico zumbando cerca; oí el roce
del espanto entre la cadera y la nuca
de alguien que cayó a mi lado.
Juro que no hubo trompetas ni lenguas de fuego;
nadie proclamó: “Soy el Número y el Nombre.”
Más bien, antes de dormir, creyéndome a salvo
de la muerte con oración y ayuno,
había dudado por primera vez
del fin que todo principio encierra.
¡Ay dios, qué sueño!



A decir verdad exagero en todo lo escrito,
pero lo escribo en serio. Digo lo que me conviene
y sólo pienso en agradar a quien me sigue: danzo,
levito, parloteo. Rara vez distingo el discurso
de cierta animosidad por ser patético, efectista.
He dicho mil veces (tal vez menos) que no hay dios,
y a la mañana estoy modulando mis afanes guturales
para hacerme oír a fuerza.
No permitas, Señor,
que mi ánimo verboso embarulle al pensamiento.
—No me volverán a escuchar —sentencio—,
hasta que aprendan a interpretar mis bufidos.



La vida sólo exige “estar”: ser Uno y Aquí,
fondo y forma, sustancia armónica. Por tanto,
elijo un sitio donde mis ademanes no deformen
la luz que alienta cada día mis furias; reclamo
un hueco con aire suficiente para que al asomarme
a respirar no tenga que matar primero.
Es decir; si de vivir se trata, debo empezar por dejar caer
el cielo que encorva mis hombros;
sacudirme la queja y la plaga de los días tormentosos.
Entonces, con aceptación estoica,
permitiré lleno de gozo que el viento
hinque su dentellada claustrofóbica
y arranque de la tierra mis pies humedecidos.



Acúsome de suplantar la armonía vegetal
de mis actos con fórmulas y razonamientos.
Ajeno es el sol a mis membranas marchitas;
demasiado alto para mi color violáceo y mis cánceres.
Mucho poseo. Sobre todo certeza:
la rueda terminará por hundirse en el polvo
y las armas por perfeccionar mis falanges.
La errancia me enseñó que el vacío
es la posibilidad infinita de crecer y multiplicarse.
Conocí el hartazgo y no conforme
permanecí con mi brazo despellejado
señalando la Cima.
Me acuso, sí,
pero me declaro libre, al fin, de todos los fines.
¿Es relámpago quieto la rama desnuda?



Me llamo Agreste
como el sitio donde todo sabe a herrumbre.
Árido soy
cuando en mi vasta confianza germina la duda:
¿cómo he podido resignarme
un solo instante a lo que no es eterno?
Inhóspita es la belleza de mis manos
a la hora del despojo; no así la forma que adoptan
mis entrañas para recibir la espada redentora.
Me he ocupado ya de contrastar todas las verdades
y de hacer creer a los infieles que no sirve de nada creer.
No se diga mañana que mi nombre es Mentira.



Profetizo que antes del último vocablo
relumbrará una moneda entre mis manos
y será el pago por lo no escrito.
Una lechuza
habrá de recoger sus garras
sobre las cosas entrañables que abandonaré en mi huida.
Alguien cortará de tajo mi brazo extendido
hacia la Cima, y me apedrearán
por señalar el rumbo equivocado.
Digo también que el cielo será una lápida
y mi sombra un reptil ciego.
Polvo habrá que bese los faldones
apestosos de mi manto,
y rabiosas quijadas roerán mis huesos al tercer día
Todo será inhóspito de principio a fin.
Y todo será cumplido.

Cosas ciertas

No sobrevivo, emerjo.
No suspiro, boqueo.

Mis ojos guardan la oscuridad del fondo.
No me deslumbra estar vivo.

Si descendí fue porque quise.
Emerjo, floto, no braceo.

No busco llegar a la orilla
sino al centro.

Quien sobrevive está.
Quien emerje es.

Quien sobrevive debe al azar
su salvación.

Quien emerje goza
de su permanencia en el vértigo.

De gusto, pues.