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viernes, 3 de agosto de 2012


LAS VISITAS DEL ÁNGEL [1]

[JJA]

Normalmente me habla desde la ventana, con ese tono gutural que le confiere su estado etéreo; pero hoy tocó el timbre de mi casa repetidamente antes de las diez de la mañana (cosa que tiene prohibida desde que lo reprendí severamente: “Nunca, óyelo bien, nunca me despiertes antes de las diez de la mañana a no ser que se esté acabando el mundo; y eso si hay posibilidades de que me salve, de lo contrario ni te molestes.”) Me extendió un sobre a través de la reja y abordó apresurado el taxi que lo esperaba. “Las causas de nulidad abstracta para las elecciones presidenciales son una trampa burocrática: no existe de facto manera legal de echar para atrás la resolución del Tribunal Electoral; toma tu laptop y huye al desierto”, decía su recado apresurada pero divinamente escrito. Y yo –iluso– que la noche de anoche sólo le había pedido que me diera una señal de esperanza…

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 Está acodado en la ventana, pensativo. Examina con curiosidad (¿cómo si no?) el control de la tv mientras espera que yo vuelva a ser yo. Son las 9:58 y se sabe respetuoso de nuestro pacto. “¿Qué haces?”, le pregunto dos y medio minutos después. “¿Por qué la toma de Televisa?”, me interroga sin más, de sopetón, como si trabajara en la PGR o algo así. Mientras me dirijo a la cafetera y a la cajetilla de cigarros lo voy adoctrinando: “Esa empresa y todas sus filiales representa lo más vil del poder mediático y enajenante. En México, según los Datos Generales sobre el Uso de la Televisión
y de la Audiencia del Tec de Monterrey, 94% de los hogares cuenta con televisor;
las familias pasan un promedio de 8 horas diarias frente a ese aparato; es decir, los padres ven más la televisión que a sus hijos y los hijos conviven más con la televisión que con sus padres.” “¿Y eso qué significa?”, pregunta ya más relajado y ahuyentando el humo de mi cigarro con sus saludables alas: “Significa –le digo quitándole el control de la tv para encenderla y ver si dicen algo de la toma pacífica de ayer– que el poder de Televisa y TV Azteca, las únicas cadenas con cobertura nacional, es un poder real, de peso específico, dictaminador, sancionador, teledirigido; no proponen una visión de la realidad, disponen la forma de ver esa realidad.” Se levanta y me mira con curiosidad (¿cómo si no?): “¿Y por qué no simple y sencillamente dejan de verla?”, me dice mientras corre las cortinas para que entre la luz, “es como las llamadas a misa, el que quiere va y el que no, pues no”, concluye. “Exacto –le digo–, ya empezaste a entender; visto así la televisión es un culto más poderoso que el tuyo. ¿No deberían estar preocupados ustedes también?” Ya no me responde. Está redactando furioso una carta para No Sé Quién.    

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 Amaneció como loco. Me despertó su bulla en la sala: revolvía libros, jalaba muebles, abría cajones, mentaba madres. Camino a la cafetera pasé mirando de reojo su desorden pero no me atreví a cuestionarlo; es lo que menos se debe hacer ante un ángel endiablado. “¡Una encíclica Rerum Novarum! ¿¡Dónde carajos tienes una Rerum Novarum!?”, escuché su cavernosa voz venida desde la nariz metida entre las “Confesiones” de san Agustín y los “Pensamientos” de Pascal. Para no alterarlo más le dije pausadamente que no contaba con ese texto religioso, pero que si me decía qué buscaba lo podría ayudar. “¿Cuándo aprobamos nosotros esa porquería del corporativismo? En las calles se grita que eso, la ignorancia y el miedo hicieron ganar al candidato del PRI. Por eso pregunto, ¿dónde chingaos dice que esas plagas las soltamos nosotros? ¡Eso sólo lo pudo hacer la Bestia apocalíptica! ¿¡Quién es y dónde está esa Bestia hija de puta!?”, dijo con militante vehemencia. Encendí la compu, lo jalé del ala hacia el escritorio, y le dije con desgano mañanero: “Escribe en esa barra ‘Pedro Joaquín Coldwell’ y le das enter”.

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 “Y ¿dónde está el virtual ganador de las elecciones?”, me pregunta haciendo énfasis en lo de “virtual”. De entrada se me ocurren varias respuestas: de vacaciones en Londres con el equipo de Televisa deportes, en un curso intensivo de lectoescritura con Aguilar Camín, practicando el inglés con Jorge G. Castañeda, renovando su guardarropa en compañía de Carlos Marín; en fin, cualquier cosa que lo mantenga alejado de un zapatazo, una mentada o de los cuestionamientos sobre su imposición. Me decido por un lacónico: “No lo sé, me vale madres dónde esté ese pendejo”,  pero al momento intuyo que tal respuesta no es apropiada para este diálogo casi fraterno que hemos entablado mientras vemos las olimpiadas.  Así que opto por algo más vago: “Lo ignoro, pero ¿importa acaso?”.  “Claro que importa –afirma señalando con ala de fuego hacia la pantalla–. ¿No te das cuenta que las televisoras siguen en campaña?: antes fingieron la presencia de su candidato, ahora encubren su ausencia”. Cuánta razón tiene Rilke: todo ángel es te-rri-ble.
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De plano hoy no tuvimos ganas de hablar. O yo no tuve ganas, mejor dicho. Y agradezco que él lo entendiera. Sólo me oyó murmurar cuando escuchábamos las noticias: “Ahora los que andan de pifia en pifia son los del PRD. Ayer el revés legal por usar sin autorización la voz de Carmen Aristegui, y hoy su presidente Jesús Zambrano sale todo persignado y modosito a deslindarse de las protestas contra ‘Soriana’. No cabe duda: estos demócratas liberales no se merecen ni el título de izquierda ni a la sociedad que al ver sus errores históricos ya los empezó a rebasar.” Sólo me oyó. Me oyó solo. Estudió mis gestos un rato y sin dejar de mirarme me dio una palmadita en la espalda (frase inexacta tratándose de un espaldarazo con el ala) y dijo sonriendo: “Anotaré esa frase para mis prácticas de vuelo: rebase a la izquierda por la izquierda. ¿Vemos el futbol?”. Y ya no hablamos.

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 “¿De casualidad tienes una trompeta por aquí?” Al momento imagino que quiere hacerle segunda al disco de Louis Armstrong que estamos escuchando, pero la razón me sugiere que tras su pregunta hay algo más trascendente. Así que le digo que no, que sólo tengo a la mano una guitarrita de juguete del Parián; respuesta suficiente para arrancarle el resto de su digresión: “Es que voy a salir a anunciar que tengo la solución para evitar el fin del mundo.” Volteo a verlo con la debida desconfianza y –como para darle importancia a lo que adivino será un comentario mordaz– le pregunto: “¿Y se puede saber cuál es esa solución?” Toma la guitarrita, ejecuta los tres acordes clásicos del tuntatachún y responde: “Es fácil: desplazar a la mayor cantidad de gente que se pueda hacia México el día de la ira del Señor. Aquí están curtidos para resistir lo peor; si han aceptado las vejaciones tan descaradas de la clase política, ¿no van a aguantar otra calamidad?” Y remató con las primeras notas de “Cielito lindo”.       

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