LAS VISITAS DEL ÁNGEL/II
[JJA]
Mucho de lo que pasó hoy no me extrañó en lo mínimo. Vino
antes de las diez; tenía prisa, dijo, y no estaba para respetar protocolos.
Traía un documento que según él era la resolución del tribunal electoral
validando la elección presidencial. Me lo entregó, dio media vuelta, tomó
impulso y…: “Toma tu laptop, ve por el mundo y difunde la verdad”, alcancé a
oírlo cuando ya iba rebasando en altura los cables de luz. Como se sabe y
adivina, ninguna de las demandas para anular esa elección prosperaron; las
cientos de miles de impugnaciones traían escrita a un lado la leyenda “No
procede”. Lo cual no me extrañó. Tampoco me extrañó el hecho de que en la prisa
por hacer oficial el dictamen, el Tribunal lo hubiera impreso en papel
membretado del PRI. Lo verdaderamente extraño fue que esta vez vi al ángel
volar. Lo juro.
Todo el santo día se la pasó frente a la computadora. No
entiende mucho de urbanidad ni buenas maneras, mucho menos de necesidades
laborales. Así que pasé frente a él varias veces llevando y trayendo papeles,
libros, esbozos, para llamar su atención sobre el hecho de que debía trabajar
y, por tanto, ocupar la máquina. Ni me volteó a ver. Siguió tecleando con
ímpetu celestial. No quise alargar esa incómoda situación y con los mejores
modos le pregunté si tardaría mucho aún en sus búsquedas. “Ya terminé, por si
ibas a preguntar, te informo que estuve tratando de comunicarme en la página
del arzobispado con Norberto Carrera, con el obispo de Oaxaca, con el de
Tehuantepec, con algún párroco común y corriente que me aclarara por qué
excluyen y hostigan al padre Solalinde. Pero nadie contestó.” Aunque adivino la
respuesta, me aventuro con un “¿Y por qué no los visitas?” Pero él ya está en
otra tarea; saca dos hojas de la impresora, las mira abatido y responde sin
quitar la vista de ellas: “Porque ya no están aquí los que me escuchaban.” Y sale
esta vez caminando, cabizbajo, alicaído. Voy hacia la pantalla para salir de
dudas sobre las misteriosas impresiones que dobló y guardó con tanto celo y veo
dos fotos viejas: uno es Sergio Méndez Arceo, el otro Samuel Ruiz.
[para el padre
Alejandro Solalinde, por su pronta recuperación]Hoy noté que con la luz del sol se le hinchan las alas. Estuvo un buen rato sentado de espaldas al ventanal leyendo “El libro de horas” de Rilke y no se levantó hasta que le hice notar que sus alas ya parecían almohadas. “Cierto, se me olvida que la radiación solar cae sobre ustedes como una cuchilla”, dijo incorporándose. No quise hacer mucho caso a su punzante comentario, pero reviré sólo por solidaridad terrestre: “Sí, gracias al crecimiento desmedido y deshumanizado de los grandes capitales financieros que, por cierto, son bendecidos desde el Vaticano.” Sonrió. Me ha dicho que le parece patológico mi anticlericalismo, pero que no me ubica ni como ateo ni como agnóstico. En fin, este paréntesis anecdótico tiene que ver con lo que vino después. Cuando pensaba que nos enfrascaríamos otra vez en una disputa teológica, dejó el libro de Rainer Maria en la mesa y me soltó a bocajarro: “¿Sabes por qué sus esfuerzos por evitar la Imposición siguen siendo tan frágiles?” Lo miré esperando una revelación política que echara abajo todas las teorías revolucionarias, pero estúpidamente me salió un débil “¿Por…?”. A lo que respondió tomando ahora del librero “La educación sentimental” de Flaubert y diciendo mientras pasaba con vehemencia cada página: “Porque están indignados, pero les falta la exaltación ilimitada y creativa de la ira. Escucha –y citó con énfasis casi presbiterano–: ‘Las emociones extraordinarias producen las obras sublimes’”. Lo vi sentarse otra vez de espaldas al ventanal, pero esta vez me di cuenta que sus alas no se hinchaban: crecían.