El síndrome de Masiosare
Viejo
chiste aquel que empalmaba ingeniosamente la conjunción adversativa “mas” con el verbo “osar” para bautizar con nombre propio
al “extraño enemigo” de nuestro belicoso himno. Viejo pero cruel chiste que se
ha vuelto el recurso oratorio por excelencia de un Estado mexicano que, si no
fuera por su cuestionado laicismo, estaría en vías de canonización.
Desde que en 1968 Díaz Ordaz estigmatizó el
movimiento estudiantil con su labia (no es mi culpa si lo de labia remite al lector a bocón) en frases como: “De algún tiempo a la fecha a nuestros principales centros
de estudio se empezó a reiterar insistentemente la calca de los lemas usados en
otros países”, y la clásica de que “agentes externos y enemigos de la patria
financian la agitación”, el recurso de Masiosare –la victimización del Estado y
las instituciones– ha pasado a ser materia curricular en el discurso oficial.
Esto da una proporcionalidad casi cartesiana: a la invención de más factores y
enemigos externos, menor responsabilidad gubernamental ante sus fallas
sistémicas. O en palabras coloquiales: tiran la piedra y esconden… al
procurador o al secretario.
En
la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, el Estado expresó su síndrome
como un brote delincuencial, casi obra de pirómanos; una autopsia a cielo
abierto pero sin cuerpos, donde la complicidad terminó por contradecir todas
las versiones de un anestesista “cansado”.
Lo económico no es ajeno a estos indicios: a
decir de Videgaray, la crisis monetaria es ocasionada por las fluctuaciones y
la inestabilidad macroeconómica, pero en su reciente informe, Peña declaró con
orondo eufemismo: “mantendremos la estabilidad macroeconómica”. ¿Por fin, en qué
quedamos?
En
el ámbito estatal, el síndrome de Masiosare es más bien pan de todos los días:
los habitantes de Chalchihuapan fueron culpables de la represión gubernamental al
dejarse manipular por grupos políticos, por llevar niños y cohetones a una
manifestación y por querer conservar (necia y retrógradamente) el registro civil
en su comunidad. Y aquí el masiosarenismo tomó tintes hasta científicos: hay periodistas
y comunicadores que aún defienden que la Teoría de la Onda Expansiva de herr doktor Carrancá fue un descubrimiento tanto o más
importante que la Teoría de Cuerdas del físico francés Jöel Scherk.
En esta lógica, todo se reduce a vulgares
proposiciones: lo que no es factor externo es caso aislado, lo que no es crimen
político es robo, lo que no es masacre es descomposición del “tejido social”, lo que no es saqueo
es modernización de espacios públicos, y hasta lo que no es feminicidio es
crimen pasional.
El Estado mexicano ya agotó su reserva hipocondriaca,
le quedaría como último y digno recurso la aceptación ética de su incapacidad
para otorgar bienestar y seguridad, pero su síndrome es más bien la evidencia
de que pasó de “extraño” a ser el peor enemigo.
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