La Idoneidad (noveleta evaluativa)
En La comedia humana, Balzac
hace desfilar en diversas escenas de la vida parisiense a multitud de
personajes “emergentes” que bien podrían equivaler al papel de “extras”; no tienen
peso, perfil ni fuerza, y la mayoría de veces ni nombre. Todos existen a
condición de no complicar los designios de los personajes centrales, llámense éstos
Eugenia Grandet, Bianchon, Petrilla… Es decir, cumplen una función de mera
utilería a lo largo de la vastísima obra del escritor francés.
Como esos personajes irrumpe en la escena educativa
nacional, La Idoneidad; cortesana de ambiguas y esquivas aptitudes y actitudes que,
a falta de un lenguaje oficial verdaderamente pedagógico, suple de manera
insustancial el reconocimiento de la labor docente. Contrariamente de lo que se
argumenta en las esferas de poder, la manera de calificar el desempeño profesional
de los maestros sigue siendo una aberración del concepto de “evaluar” (significado
muy lejano al nulo entendimiento de la clase política). Hablamos de una
Idoneidad nacida para perder, pues el sentido pedagógico que la Reforma Laboral
(en Educación) pretende darle, es en la práctica sólo un engañoso bono de rendimiento
que no alcanza, ni remotamente, a enmendar
las deficiencias del sistema educativo nacional. Ser idóneo (o no) para determinada función magisterial
es entonces producto de una exigencia utilitarista –y ya sabemos quién le dicta
al gobierno federal las reglas de la productividad y el desarrollo económico– y no resultado de una política formativa,
transparente, de asignación de plazas a los docentes.
La Idoneidad no es un instrumento de calificación novedoso;
pertenece a ese lenguaje ochentero de la “Nueva Cultura Laboral” que hacía
creer a empleados y patrones que todos éramos uno mismo, que patrocinaba un
mundo de armonía donde entre descansos se cantara al unísono –y tomados de las
manos– el “Himno a la alegría” en
versión Pepe y Toño: todos podemos ser
empresarios y ricos (menos los pobres). De esa aberración surgida de los
organismos empresariales internacionales nacieron otros oscuros personajes como
la Competitividad, el Emprendedurismo, la Calidad, el Liderazgo; todos volcados
en una noveleta de la peor manufactura imaginable.
¿Cómo revertir entonces el carácter maniqueo de un concepto
(lo idóneo) copiado burdamente de contextos educativos externos (porque ya se
vio que Islandia, Cuba y Suiza no necesitaron de los dictados de la OCDE para
ser la vanguardia educativa del planeta) y que sólo ha servido para dividir y
acrecentar el conformismo laboral entre los maestros? Sin duda haciendo que La
Idoneidad sea personaje central de una reestructuración total de la clase
política (de Los Pinos para abajo, pasando por Casa Puebla). Una mirada furtiva
a los enroques del gabinete estatal nos da claras y breves pistas: secretarios
de Educación que son de Gobernación que son de Salud que son de Seguridad que
son Diputados (quizá no en ese orden); donde una verdadera evaluación daría como
resultado algo que podría llamarse Aidoneidad, Antiidoneidad o una Idoneidad
Contranatura. Y de paso hasta título de novela gubernamental tendríamos: La insoportable Idoneidad de no poder ser,
pero esa es trama de otra ficción.
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