Feminicidios: el discurso postizo
(¿Qué es lo último que oyeron,
vieron, pensaron? ¿De dónde salió la daga, la detonación, la soga? ¿Es llanto o
sangre lo que escurre por el filo de su último suspiro? ¿En qué baldío su
aterida esperanza se asfixia o desangra? ¿Y ese flashazo del morbo no es
también otra laceración? ¿Y esa mano que ejecuta no es la par de aquella otra
que dicta un oficio y remarca “casos aislados”? ¿No son el silencio y la apatía
una sábana mortuoria? ¿Quién responde?)
Los feminicidios de las últimas
semanas en Puebla ocupan gran parte de las notas periodísticas y el reclamo ciudadano
para decretar una alerta de género no se ha hecho esperar. Más allá de cualquier
enfoque sociológico o psicológico acerca de las motivaciones criminales para
atentar contra una mujer, existe la percepción de que no sólo estamos ante una
completa incapacidad gubernamental para garantizar los más elementales derechos
ciudadanos, sino ante un escenario de indefensión e inseguridad a escala sistémica.
Podrá el fiscal general Víctor Carrancá argumentar
que se ha resuelto la mayoría de casos de feminicidios (aunque sólo reconoce 4
de los 15 denunciados); podrá minimizar una violencia que se desborda ya a los
niveles de Ecatepec y Ciudad Juárez declarando que se ha capturado en la
mayoría de asesinatos a los responsables, y que la suma de todos no da como
resultado una agresión sistemática contra la población femenina, sino una politización de varios “casos aislados”;
podrá, incluso, en connivencia con la legislatura local y la Comisión Estatal
de Derechos Humanos, aplazar el decreto de una alerta de género en el estado,
pero todo eso no alcanza para responder una cuestión central: ¿no son acaso los
feminicidios, las desapariciones, la trata, el lenocinio, expresiones de la
corrupción y la impunidad que tolera un sistema de justicia –ese sí– vilmente
politizado?
Es obvio que el gobierno estatal
se niegue a declarar una alerta de género, pues sería tanto como exponer públicamente
las ineficiencias, incapacidades y descomposición de las instituciones
encargadas de garantizar la justicia y la seguridad (cosa que en tiempos
electorales equivale al suicidio político), sin embargo, la sociedad debe ir
más allá de la exigencia de una simple declaratoria, de un protocolo que ni
siquiera ha probado su efectividad; debe expresar por todos los medios posibles
su rechazo a las políticas inmediatistas y fortuitas con que el gobierno
pretende ocultar a las muertas y desaparecidas entre discursos y declaraciones
triunfalistas.
En un contexto generalizado de
violencia y atentado contra los derechos humanos en Puebla, los feminicidios
son otro doloroso ejemplo de que una es la mano que ejecuta y su par la que
maquilla desde las instituciones el terror cotidiano. ¿Quién responde?
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