La mano y el laurel: derechos siniestros
Por una extraña asociación de hechos, y en
medio de la tormenta de indignación que ha desencadenado las –cada vez más cotidianas–
denuncias de violación a los derechos humanos en nuestro país, me surgió la
duda histórica de saber en qué agujero de qué desierto esconde su cabeza estrutioniforme la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH); valga
la comparación con la graciosa ave que bien sabemos no vuela, pero cómo corre.
En las tragedias recientes de México apenas si ésta
asoma el largo cuello, olfatea el aire en busca de omisiones y
responsabilidades, hace como que se indigna, emite recomendaciones (pía, dicen
algunos) y desaparece en el confort de su brecha burocrática. Para muestra una
pluma: en su portal informático abundan las recomendaciones a presidentes
municipales abusivos, instancias menores de gobierno, inadecuada atención
hospitalaria y una que otra detención arbitraria. Eso sí, hay programas bien
estructurados de atención especial a discapacitados, trata de personas, migrantes.
Y aunque no hay casos menores de violaciones a los derechos, ni grupos que no
merezcan la protección a su vulnerabilidad, uno se pregunta: ¿dónde están los
apartados, los informes especiales, los resultados de aquellas recomendaciones
sobre asuntos dolorosos de nuestro presente: guardería ABC, muertas de Juárez,
Tlatlaya, Tanhuato, Ayotzinapa? En el mejor de los casos, algunos aparecen sólo
como simples expedientes de “Violaciones graves”, y otros apenas han merecido escuetos
comunicados de prensa; la mayoría de ellos con estatus de “en trámite”, que es
una manera delicada de decir: “Ni nos pelan”.
En Puebla esta práctica soterrada se reproduce
en manga ancha: la Comisión
de Derechos Humanos del Estado de Puebla emite tibias recomendaciones ante los
abusos del poder político (estatal y municipal), reacciona ofendida ante la
crítica de su parcialidad que hacen legítimamente las organizaciones no
gubernamentales… y esconde la cabeza. En este contexto, no puede uno resistirse
a la tentación de pensar que en las dependencias oficiales circula de mano en
mano un papelito con esta máxima impresa: “Las recomendaciones se hicieron para ser incumplidas”.
La tarea reveladora de las ineficiencias del sistema
de justicia que se denuncia –cada vez más– por una ciudadanía agraviada, y hoy
reforzada por la visita oportuna de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
(CIDH) para el caso de los normalistas desaparecidos, permite reinterpretar la semiótica
del logotipo de la CNDH: una blandengue mano enguantada emerge del laurel
para alcanzar una moneda relumbrante.
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