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sábado, 14 de mayo de 2016

La mano y el laurel: derechos siniestros


Por una extraña asociación de hechos, y en medio de la tormenta de indignación que ha desencadenado las ­–cada vez más cotidianas– denuncias de violación a los derechos humanos en nuestro país, me surgió la duda histórica de saber en qué agujero de qué desierto esconde su cabeza estrutioniforme la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH); valga la comparación con la graciosa ave que bien sabemos no vuela, pero cómo corre.    
En las tragedias recientes de México apenas si ésta asoma el largo cuello, olfatea el aire en busca de omisiones y responsabilidades, hace como que se indigna, emite recomendaciones (pía, dicen algunos) y desaparece en el confort de su brecha burocrática. Para muestra una pluma: en su portal informático abundan las recomendaciones a presidentes municipales abusivos, instancias menores de gobierno, inadecuada atención hospitalaria y una que otra detención arbitraria. Eso sí, hay programas bien estructurados de atención especial a discapacitados, trata de personas, migrantes. Y aunque no hay casos menores de violaciones a los derechos, ni grupos que no merezcan la protección a su vulnerabilidad, uno se pregunta: ¿dónde están los apartados, los informes especiales, los resultados de aquellas recomendaciones sobre asuntos dolorosos de nuestro presente: guardería ABC, muertas de Juárez, Tlatlaya, Tanhuato, Ayotzinapa? En el mejor de los casos, algunos aparecen sólo como simples expedientes de “Violaciones graves”, y otros apenas han merecido escuetos comunicados de prensa; la mayoría de ellos con estatus de “en trámite”, que es una manera delicada de decir: “Ni nos pelan”.
En Puebla esta práctica soterrada se reproduce en manga ancha: la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Puebla emite tibias recomendaciones ante los abusos del poder político (estatal y municipal), reacciona ofendida ante la crítica de su parcialidad que hacen legítimamente las organizaciones no gubernamentales… y esconde la cabeza. En este contexto, no puede uno resistirse a la tentación de pensar que en las dependencias oficiales circula de mano en mano un papelito con esta máxima impresa: “Las recomendaciones se hicieron para ser incumplidas”.  
La tarea reveladora de las ineficiencias del sistema de justicia que se denuncia –cada vez más– por una ciudadanía agraviada, y hoy reforzada por la visita oportuna de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para el caso de los normalistas desaparecidos, permite reinterpretar la semiótica del logotipo de la CNDH: una blandengue mano enguantada emerge del laurel para alcanzar una moneda relumbrante.


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